Aquí estoy sentado frente a este reloj esperando las horas pasar soportando este frió invierno
que nubla mi mente, mi cordura y mi alma.
Han pasado muchas cosas que quisiera contarte, solo puedo decir que aún sigo recordando la voz de Clementine, esa dulce voz que llenó de caricias mis eternos veranos.
Joven hermosa de larga y rizada cabellera, piel brillante y alegría innata; como la amé y como la odié.
era perfecta, lo juro y por eso mismo una parte de mi se quebró al conocerla...
No pude evitar que mi inconsciente sintiese melancolía, y que mi corazón la amase... la amase tanto que luego comenzara a rechazarla, por el mismo dolor de su ausencia y desprecio.
No puedo controlarme...¡juro que no puedo!... ya ha pasado mucho tiempo desde aquello, y solo quedan estos tristes pedazos de papel que contemplo con el alma fragmentada. Las cartas, las fotografías, los diarios de viaje; solo eso calienta la poca humanidad que queda en esta bestia miserable, aquel animal, que será capaz de hacer lo impensable; ¡porqué! ¡Porqué!; sollozo frente a la foto de mi amada, con las manos manchadas de recuerdos, que ni el agua ni nada pueden borrar; ¡Juro que no fui yo clementine! ¡lo juro!. Gritos insípidos y desgarradores que resuenan en el eco del vacío, de esta casa, de este pueblo de nadie.
Soy yo, Leonard, aquella persona desconocida y a la vez familiar, con la cual nunca haz cruzado caminos, pero si unas cuantas palabras, por medio de estas cartas, la verdad no quiero hablar de mi ascendencia por que sabes que realmente no vale la pena.
Quiero contarte la verdad sobre mi, y el motivo por el cual esta es la última carta que te dirijo, espero llegue:
Comencemos por lo básico; soy, o mejor dicho, fui el médico del pueblo de elyaven. Fui abandonado por mis padres cuando no tenía más de 13 años, y encargado de mis hermanos... hasta que el invierno atacó.
Con el invierno llegaron las enfermedades, perdí a mi hermano pequeño... william... el de la gran sonrisa; aquel que iba corriendo a mi encuentro después de un difícil día de trabajo, el que admiraba a su hermano, que por tan corta edad solo podía trabajar en los molinos... y luego de él.... se fue marianne... la pequeña soñadora; la que a pesar de no poder tener las mejores muñecas, jamás se quejó, jamás se lamentó por no tener la ropa más fina, ni la cena más elegante, aquella que siempre guardaba un gran abrazo para su hermano mayor, cuando más afligido se sentía de la vida... en pocas palabras... me quedé solo, y de mi familia no queda nadie... no tengo tíos, ni primos, la verdad no se si algún día tuve abuelos, mis progenitores jamás hablaron de ello.
Creerás que esto anterior fue la razón por la cual elegí mi profesión, déjenme decirte, no sabes cuan equivocada estás.
Siempre he estado interesado en el cuerpo humano, en su funcionamiento, y en todo lo que a el concierne; mi curiosidad nació a raíz de la gran plaga que azoló el pueblo; cuando yo solo tenía 15 años (mucho tiempo después de que mis hermanos se marcharan; cada vez menos humano, cada vez más alimaña -Con cada golpe que me da la vida, más pierdo mi humanidad-); con los meses los cuerpos se iban acumulando y el medico del pueblo, ya entrado en años no daba a basto; fue allí donde a varios nos dio la oportunidad de ayudarlo, fuimos elegidos 5, de los cuales solo sobreviví yo, los demás chicos también fueron devastados por esa plaga infernal, la cual curiosamente no me afectó. Por mi mesa pasaron muchas personas, las cuales a la mayoría jamás la volví a ver.
El doctor también fue afectado, el me pasó todos sus conocimientos, o al menos hasta donde pudo, ya que tarde o temprano, su mal pasó la cuenta de cobro.
Luego de esto no quise quedarme en este maldito pueblo, cuando menos pensé no quedaron más de 20 habitantes, lamento haberlos dejado; pero la peste ya había pasado y ellos ya estaban marcados para partir dentro de poco; todo quedó desolado.
Viajé a la capital a terminar lo que el médico empezó, ya una vez sembrada la semilla de la curiosidad fue imposible deshacerme de ella.
Ingresé a la universidad de Eichneen, allí conocí a clementine, musa de los dioses, hija de afrodita; ella estudiaba arte, era suave como el vuelo de una mariposa, mis palabras hacía ella no pueden ser más que admiración pura. A veces modelaba para las clases de dibujo de anatomía, las cuales yo tomaba, allí fue donde la amé por primera vez.
Tocaba sus curvas con el lápiz, creándola y deshaciendola, las lineas sinuosas que formaban su cuerpo, los volúmenes; simplemente era maravillosa.
Por fin tuve la oportunidad de acercarme a ella, no sabes cuando había deseado hacerlo; pasaba las noches en vela, pensando en como sería aquel momento, y en como reaccionaría, muchas fueron las noches que alucinaba con el posible encuentro; pues en mi mente siempre estaba ella.
Saliendo de clase, estaba ella sola a la entrada de la universidad, caminé hacía ella; pero no pude, no pude decirle que la amaba, me detuvo el miedo, el miedo de que me odiara, que no quisiera verme jamás, recuerdo esto y me duele profundamente; ¡No pude!.
¡Me ahogo entre mis lamentos, ahora mismo que te escribo las marcas que vez en el papel, son mis pesares!
Terminé la carrera, y comencé a trabajar allí mismo, en Eicheneen, con la esperanza de volverla a ver; pasó el tiempo y no tuve rastro de ella, seguí mi vida como si nada, aunque aún estaba clavada en mi pecho.
Iba conduciendo camino al hospital y de repente vi a muchas personas al rededor de alguien, vi un poco de humo; ¡Un medico por favor!, escuche e inmediatamente corrí hasta el sitio; allí estabas tu, pequeña clementine, hecha un mar de lagrimas y sosteniendo a un infante en tus brazos.
Inmediatamente los llevé a ambos al hospital, sin embargo ya sabía el rumbo que le deparaba al pequeño.
¡juro que quise ayudarte, lo juro! maldita sea la rueda de la vida, el volvernos a ver en esta circunstancia, ese día se selló nuestra separación para siempre.
Me miraste con una cara que jamás podré olvidar, odio, rencor; me miraste como toda aquella persona que pierde una razón para vivir, y que culpa a quien no pudo deshacer lo inevitable.
Con esa mirada murió gran parte de lo que quedó en mi, vi en tu rostro la mirada de mis padres, y a la vez la de mis hermanos, y la de las personas del pueblo cada vez que les decía que su destino ya estaba por llegar a su fin.
¡Que indolente fui y como me arrepiento!
He vuelto al pueblo, aquel que fue testigo de muchos sucesos, y que ahora será testigo de algo más, se que te queda poco tiempo de vida; soy el único que queda para contarlo, soy el único y este invierno no ha acabado, sin embargo, al lado de la chimenea voy a despedirme de todo, pero me llevaré conmigo, un pedazo de tu recuerdo, de tu dulce voz... ¡oh mi querida clementine! gracias por tus cartas y por contarme todo lo que ha pasado por tu vida, por las fotografías; pronto estaremos juntos, donde nada malo pueda pasarnos... solos tu y yo... por siempre...
Te ama, leonard... hasta pronto.
Escrito: Luz Crsitina G.S
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